Los frutos del árbol

Si de algo estoy segura es que la naturaleza es tan sabia que ningún árbol o planta se preguntará jamás, si a lo largo de una estación ha logrado crecer o florecer mejor que otros años. El mundo vegetal tiene la certeza de que siempre habrá nuevas semillas que brotarán en el momento oportuno, cualquiera que sea la circunstancia; y la vida se adaptará sin crear resistencias inútiles. Por eso, siempre fluye sin necesidad de hacer balances que juzguen la temporada como buena o mala por sus aciertos, cuando menos, por sus errores. La hoja caduca tiene asumido que tendrá que caer, tantas veces como vuelva a crecer.

En cambio, para nosotros, diciembre es el mes del recuento y de las nostalgias. Y yo, particularmente, había puesto mis expectativas en muchas cosas que no me ha dado tiempo a cumplir. Porque no era posible hacerlo sin existir días de más de veinticuatro horas o una voluntad inquebrantable que no he logrado tener. Iba a hacer deporte y a adelgazar tres kilos, pero en lugar de eso me tuve que operar una rodilla. También pensaba comer más sano y mejorar mi inglés – como poco -. Pero me he quedado casi igual en ese aspecto que el año anterior, porque la vida cotidiana absorbe y las fuerzas dan para lo que dan. Al menos, es lo que suelo decirme.

Pero eso no es realmente lo que importa. Sí es en cambio significativo que yo sepa si el año que termina he vivido o sólo me he dejado llevar por la inercia.

Ya tengo claro que ni adelgacé lo que quería, ni hablo mejor otro idioma y podría comer mejor, pero sí que he disfrutado de los buenos momentos, de charlar contigo compartiendo tantas cosas como permite abarcar el corazón. He visto tantas puestas de sol como amaneceres. No importa que éstos últimos fuesen antes de ir al trabajo. Me he fijado en ellos, aún con sueño y ganas de volver a dormirme.

Me he dado cuenta también cuando estabas alegre o triste, cuando has tenido detalles conmigo o si cambiaba tu semblante para volverse más serio. Hemos compartido tantas y tantas cosas: sorpresas, alegrías, pesares, de todo en fin, sin negar que de todo ha de haber. Así es la vida y a eso hemos venido; porque vivir significa tener muchas experiencias.

No voy a negarte que me hubiera gustado terminar el año con todos los triunfos en mi haber, resolviendo los problemas de quienes me rodean y no sé cuántas cosas más, pero no ha sido así. Lo que sí he podido aprender es que la causa y la consecuencia no van separadas jamás en ninguna circunstancia y que no es que el mundo sea injusto, sino que somos nosotros quienes permitimos que sea de una u otra forma si nos comportamos como borregos. Ya estás viendo que cuando la sociedad decide moverse, logra que las cosas empiecen a cambiar.

Y a nivel individual, quizá lo único que yo deba tener claro,  es que mi vida continuará conmigo al mando y, como el árbol, seguiré dando frutos. Los mejores que yo sepa producir. Los que mi sabiduría al enfocar mi atención puedan darse; porque no es posible manifestar cosas de naturaleza distinta a aquellas en las que encuadramos nuestra mente.

Si conservo esto último en mi memoria, como mi mayor tesoro, será la mejor manera de terminar este año y empezar el próximo; un nuevo periodo cargado de buenos propósitos – mis semillas – que tendrán más posibilidades de florecer.

Chole Limón