Vacaciones y café

Si uno las vacaciones al café es porque ambas tienen en común que son una verdadera filosofía de vida. Las primeras porque nos recuerdan que debemos darnos un descanso y no ser tan exigentes con todo, presos de nuestras constantes expectativas; y el segundo porque nos ayuda a crear hogar allí donde vayamos. Cierto es que la experiencia de degustarlo dura acaso un par de minutos, pero requiere una actitud tan exquisita como su aroma. Y da igual – que me perdonen los grandes entendidos – el tipo de grano, lo más importante es cómo se prepara y cómo se degusta luego, sorbo a sorbo, aquí y ahora.

Ha sido en estos días de vacaciones, ya en su final, cuando he podido recordar algo que ya sabía, pero que durante el resto del año con sus prisas, muchas veces olvidamos. Y es que todas las cosas  hay que disfrutarlas en el momento que suceden o cuando las hacemos nosotros mismos.

No es lo mismo beber un café con prisas, quemándonos la garganta, que dándonos unos instantes de respiro que nos ayudan a empezar el día o la tarde con mejor pie. No es tampoco igual tomarlo en cualquier establecimiento y que nos lo preparen con esmero a que nos lo den con sabor a recuelo y con el gesto torcido.

De hecho, hace un par de semanas estuve en Madrid pasando unos pocos días y entré a un bar a tomarme mi primer café de la mañana. Lamentablemente, la camarera estaba de un humor pésimo. Se le notaba, aunque me atendiera con rapidez. Demasiada, quizá. Demasiada porque la cafetera ya olía a requemado y la leche, de tan recalentada, parecía agua. No hacía falta ser el detective Hércules Poirot para saber que los cafés serían dignos de una cafetería de estación de autobuses. Y lo fueron porque nos atendió una persona en actitud enfadada (todos tenemos días malos) y cuando uno no está de buenas, o al menos lo intenta, las cosas no se hacen con cariño y no salen bien. Es como cocinar sin ganas, convirtiendo la comida en rancho. Por eso digo que da igual el tipo de grano, como que se coman unas humildes patatas cocidas. El secreto está en cómo lo hacemos y eso sirve para todo.

De igual forma que cuando llega el final de las que fueron nuestras muy ansiadas vacaciones y, ya a punto de terminar, haces recuento y ves con alegría que no has hecho todas las cosas que tenías previstas pero sí que has logrado desconectar y descansar, que para eso son en realidad. No he repasado mi inglés en ninguna web, ni he hecho todo el bricolaje casero que debía, pero sí que he tenido todo el tiempo del mundo para estar con la gente que quiero y también conmigo a solas para ver cómo estoy de verdad cuando estoy en silencio. He disfrutado durmiendo, más allá de las nueve de la mañana y no ha sonado el despertador ningún día a las seis y media ni a ninguna otra hora. No ha habido prisas y me he mimado como merezco, escuchándome de verdad. Ello me ha permitido entender que también a los demás debo desearles que encuentren aquello que les haga realmente felices, sea lo que sea.

Estas han sido mis mejores vacaciones en mucho tiempo. A los cincuenta y cinco años he podido aprender ya, que si bien viajar por el mundo tiene que ser maravilloso, visitando lugares paradisíacos, no lo es menos darse una vuelta con mayor frecuencia por nuestro propio interior, en el que descubriremos muchos tesoros que no podremos ver si no nos damos un respiro. No es bueno vivir entre el ruido para no escucharnos. Si ponemos atención a lo que nos dice el corazón, puedo asegurar que no habrá nada más hermoso.

En cuanto al café, tengo que reconocer que, cuando tenga que tomarlo fuera de casa, seguiré teniendo presente la expresión de la cara de quien me lo vaya a preparar. No falla.

Chole Limón

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